Artículo publicado por Jesús Fonseca en los periódicos del Grupo Promecal el 6 de abril
Este gacetillero siente hoy, día de Viernes Santo, una emoción muy especial porque escribe su columna desde Jerusalén, a donde ha llegado con un grupo de andariegos burgaleses y vallisoletanos, tras las huellas de El Galileo, para recorrer juntos la historia de la salvación en la tierra en la que se manifestó. Hemos venido desde Castilla la Vieja en busca de conversión, de consuelo y de lo que María guarda en su corazón. Y, desde luego, emocionados por volver a pisar este suelo santo. Es como si el abrazo misericordioso de Dios se sintiera hoy, día de Viernes Santo, especialmente aquí. Me apetece compartir con ustedes, con pena también por no poder estar ahí, viviendo en las afueras y en los adentros nuestros Oficios y procesiones, algunos pensares, sentires y chascarrillos del provechoso camino que este puñado de castellanoleoneses estamos compartiendo. Pues en Belén, donde Cristo vio la luz, donde los pastores y los magos dieron voz a la adoración de toda la humanidad, he visto estos días cómo se le saltaban las lágrimas a algún compañero peregrino de tierra de campos y, en Nazaret, tierra en la que Jesús creció en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres, he visto también esta semana dejar un reguero de ternura a alguna de las madres que nos acompañan con sus hijos adolescentes. Por ver, he visto hasta a un colega en estos oficios míos, también peregrino, metido en rezos con los pies tan clavados en el Monte de las Bienaventuranzas que no había forma de arrancarlo del suelo. Tuvimos que pedir socorro a una patrulla de salvamento israelí. El tío estaba emperrado en quedarse ahí por lo siglos de los siglos. Peregrinar a los Santos Lugares, a esta Tierra Santa, en la que el Hijo de Dios nació como hombre tomando carne de una Virgen llamada María, es siempre una experiencia extraordinaria. Es como volver a nuestra raíces. A la cruz, nuestra única certeza. Al poder de la misericordia. Al anhelo de la oración. Estoy sintiendo estos días, junto a peregrinos de todo el mundo, en la plegaria íntima y compartida de estos días en Jerusalén, un gozo especialmente intenso. Hay muchas cruces estos días en Jerusalén. Como las hay en nuestra calles y plazas. Pero la verdad es que sin Cristo, la cruz, dos palos -uno vertical y otro horizontal-, de poco nos serviría. Y, sin embargo, nuestros brazos con los suyos, en abrazo hacia la tierra, lo pueden todo.