domingo, 24 de febrero de 2008

El Viaje a Tierra Santa ya tiene su pregón


Pregón de la Semana Santa. Cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión de Cristo. (http://www.sagradapasion.com/inicio/index2.html)


Valladolid, 10 de febrero 2007 pronunciado por Ignacio Fernández. Veréis que nuestro viaje es una constante en él. Espero que os guste







¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno escuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué estraño desvarío
si de mi ingratitud el yelo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!

¡Y cuántas, hermosura soberana:
Mañana le abriremos --respondía--,
para lo mismo responder mañana!

Queridos amigos que me acompañáis esta tarde, Cabildo de Gobierno, cofrades de la Cofradía de la Sagrada Pasión de Cristo, representantes de las Cofradías de nuestra provincia, fieles que se han acercado en la tarde del domingo hasta esta iglesia.



Durante mi ya dilatada vida profesional, a este joven de espíritu que les habla le ha tocado hacer muchas cosas como consecuencia de los encargos de mis numerosos amigos. Pero nunca había tenido la oportunidad de pronunciar un pregón de la semana santa, y eso que la caravana de la vida me ha llevado por numerosos lugares en los que este periodo se constituye en el más importante del año a todos los niveles. Por lo tanto, de antemano les ruego dispenses mi torpeza en estas lides, como novicio que soy en la prédica “semanansantera”. El tiempo me ha permitido asistir a hermosísimos pregones en diferentes lugares y, aquí mismo, en Valladolid, hemos podido participar en memorables encuentros de exaltación cofradira. Precisamente por ello, he ido adquiriendo una reverencia temerosa a este trámite tan bello que constituye hacer de heraldo de uno de los momentos más hermosos del año, cuando la primavera que resucita cuando el invierno desciende a los infiernos.



Por eso, subirme hoy al altar me produce una especial emoción, al hablarles a todos, en la Cofradía de la Pasión de Cristo, en este Monasterio de San Quirce y Santa Julita. Me siento pequeño en este lugar grande, bajo en las alturas, porque ya no tanto amo el momento presente sino que me inserto en estos muros centenarios, delante de las Reverendas Madres Cirtercienses. Y, bajo la perspectiva del tiempo, qué poco soy y cuando me comparo con los días que pasan, con los años que fueron y ahora, historia.



"Vanidad de vanidades, porque todo es vanidad", "Los hombres vienen y van, pero la tierra permanece", Polvo eres y en polvo te convertirás",




Todo lo que tengo a mi alrededor está vivo y me habla. Me recuerda que soy, que somos, consecuencia. Y que tenemos una obligación en la medida en que somos causa


Hace unos años y por indicación de un amigo me dirigí, un Sábado de Pasión, hacia la Plaza de la Trinidad. Reconozco que no tenía muy claro lo que iba a ver, pero me habían hablado tan bien de esta Procesión que tenía que verla.


Al llegar a la Plaza de la Trinidad la encontré llena de gente que esperaba ansiosa la hora establecida para la salida, en un lateral esperaba vuestra magnífica banda.


A la hora en punto se abrían las puertas de la Iglesia conventual y por ella salieron negros Estandartes seguidos por dos largas filas de cofrades y un buen número de mujeres de luto riguroso que, de manera ordenada y lenta, comenzaron a colocarse a lo largo del recorrido. El silencio reinante me permitió escuchar un rumor de pasos que, poco a poco, iban acercándose hasta la puerta. La Iglesia estaba totalmente a oscuras y este hecho motivó que la aparición de las andas con la impresionante imagen del Cristo De las Cinco Llagas me sobresaltara.



Tantum ergo Sacraméntum,
Venerémur cérnui:
Et antíquum documentum
Novo cedat rítui;
Præstet fides suppleméntum
Sénsuum deféctui.



Lentamente, con un mimo y cuidado exquisitos, sus portadores fueron avanzando hasta posar las andas en el centro de la calle, durante toda la maniobra la Marcha Real no había dejado de sonar. Largos cirios alumbraban la imagen y un magnífico monte de lirios morados ponía la nota de color al conjunto.


Recuerdo que comenté las diferencias entre la Semana Santa Sevillana y la de Valladolid, aquélla plena de alegría, emoción desbordada, algarabía y muchedumbres. Ésta plena de emoción interiorizada, gestos adustos y serios, respeto y silencio.


De repente una voz femenina hizo que interrumpiera mis comentarios, miré a derecha e izquierda hasta que la persona que tenía al lado me susurró que eran las Monjas de clausura las que iniciaban el rezo de las cinco llagas. Finalizado éste, la Procesión inició su lenta andadura y recuerdo que me sorprendió como el público que había asistido a la salida seguía la Procesión como si formara parte de ella.


Seguí al gentío, hecho que me permitió recorrer las calles estrechas del viejo Valladolid, escuchar las diferentes oraciones y cánticos en cada uno de los Conventos, disfrutar de las imágenes más bellas que he visto en mi vida al paso de la Procesión por la calle Santo Domingo de Guzmán y comprobar como la Cofradía, las hermanas de los diferentes Conventos y el pueblo fiel se unían en un todo convirtiendo aquel espectáculo en un auténtico Acto de Fe.



Éste fue mi primer contacto con vuestra Cofradía, que tuvo su continuación en la tarde del Jueves Santo en la que volví a seguiros en el camino hacia la Catedral con las imágenes del Santo Cristo Flagelado y del impresionante Cristo del Perdón, del que no puedo olvidar su mirada de humildad, sus brazos abiertos al Padre y esa terrible llaga de su espalda que hace reflexionar a cuantos la contemplan. Ya en la Catedral sufrí con el esfuerzo de los portadores al subir la rampa que salva el Atrio; por cierto, qué bien le vendría a la Semana Santa de Valladolid que desapareciera.




Ya en el interior, y mientras realizabais vuestra estación ante el Santísimo, comenté de nuevo las diferencias entre


Me llamaran la atención esas Campanillas que intercaláis en vuestras filas y que, tras la correspondiente indagación, aprendí que recuerdan a aquellos hermanos que en el Siglo XVI recorrían las calles para sufragar los gastos del entierro de los ajusticiados y de las Misas por sus almas. ¿Cómo serian aquellas calles?. ¿Qué trato recibirían estos hermanos?.


Desde aquel tiempo muchos han sido los avatares que vuestra Cofradía ha sufrido, la recogida de vuestras imágenes por parte de la Comisión de Patrimonio, la pérdida de la iglesia Penitencial de la Pasión en la que desarrollabais vuestra vida de Hermandad y el consiguiente esparcimiento por diferentes Templos, Museos y otros lugares de todo el patrimonio que conservabais. Este hecho motivó la casi desaparición de la Cofradía, la consiguiente pérdida de identidad e incluso la pérdida del nombre durante muchos años.


Por fortuna esto ya es historia y en fechas aún recientes y gracias a vuestra ilusión y empuje habéis recuperado casi todo vuestro Patrimonio, (aunque aún quedan algunos flecos), vuestra identidad y, lo que considero mas importante, los fines con los que vuestros hermanos de antaño crearon la Cofradía y que convenientemente adaptados a los tiempos que vivimos hace de vosotros una de las Cofradías más importantes de la Ciudad.


Pero, si todo esto es importante, hay un hecho en vuestra historia que considero trascendental para vosotros y para la Semana Santa Vallisoletana.


En el Siglo XVII incorporabais a vuestro Patrimonio el primer Paso procesional de varias imágenes realizado íntegramente en madera policromada.


Este hecho supuso una auténtica revolución en la Semana Santa y en la Ciudad.


A la primera la aportó nivel artístico y el hecho de que sus imágenes pudieran perdurar en el tiempo, a la segunda la creación de talleres por los mejores imagineros dando inicio a la Escuela Castellana que tanta fama, prestigio, trabajo y reales dio a la Ciudad.


Gracias a aquella iniciativa la Semana Santa de Valladolid dispone hoy de uno de los mejores conjuntos procesionales de imaginería barroca de España.


Sólo por este motivo vuestra cofradía debería tener un sitio de privilegio en la historia de la Ciudad.



Pange, lingua, gloriosi
Córporis mystérium
Sanguinísque pretiósi,
Quem in mundi prétium
Fructus ventris generósi
Rex effúdit géntium.


Pero la vida pasa y los tiempos que vivimos nos ofrecen nuevas dificultades y nuevos retos que estáis afrontando con juventud e ilusión a pesar de la ya crónica indefinición de la Jerarquía de la Iglesia que, desgraciadamente, sigue sin tener claro lo que sois y para que servís las Cofradías y Hermandades


A pesar del gran Patrimonio que atesoráis, el mejor activo son vuestros cofrades, hombres y mujeres que viven su Fe en Hermandad bajo la protección de vuestros sagrados titulares. La Iglesia debería darse cuenta de esta riqueza y aprovecharla, evitando declaraciones como las recientemente escuchadas de boca del Obispo de Zamora. La Semana Santa, los desfiles procesionales, los crean las Hermandades y Cofradías y sólo a ellas pertenecen, a la Iglesia la compete el papel de encauzar debidamente todo este esfuerzo para que no se convierta en un circo.



Semana Santa, tiempo de silencio, tiempo venerable, la cruz y la mortaja, estallido de la Primavera.



Levantémonos de mañana a las viñas;
Veamos si brotan las vides, si están en cierne,
Si han florecido los granados;




Dentro de tan sólo unas semanas volveremos a protagonizar el rito maravilloso de la vuelta de la vida tras un largo invierno. Todo pasa, todo vuelve, hasta la muerte, hasta la resurrección final, el florecer de la rosa cuando se terminen las espinas y florezcan las rosas. La Semana Santa marca el continuo de nuestras vidas, es el aldabonazo que nos recuerda tantas cosas. El miércoles de ceniza nos recuerda nuestras obligaciones respecto de nosotros mismos: sabemos el final pero no olvidamos que cuando todo acaba, para los cristianos, todo empieza de nuevo. La Cuaresma se constituye así en un tiempo de preparación y vigilia, bajamos la cabeza para mirarnos al alma porque por dentro casi nunca nos vemos. Es así como llegan el Quinario y el Besapié al Santísimo Cristo del Perdón. Luego llegará el Domingo de Ramos, llegarán las procesiones del sábado santo y la de Oración y Sacrificio del Jueves Santo que antes mencionaba y que tanto me impresionó. Oración y sacrificio.... ¡Cómo adolecemos de ambos dones! Este periodo del año litúrgico, este periodo de nuestra vida, debería estar presidido por el enunciado de vuestra procesión del jueves. Nada se construye sin sacrificio, ninguna civilización, ninguna etapa del mundo han podido construirse sin el esfuerzo que supone superar nuestras limitaciones con la fuerza de la voluntad y con la fe. El esfuerzo ha de ser la herramienta que nos permita labrar el futuro y nuestra salvación, tiene que convertirse en la pasarela para conseguir más altas metas, pero también es un fin en sí mismo. El esfuerzo, como dijo Santa Teresa, hay que agotarlo sin quejarse, como dijo San Agustín, el esfuerzo va unido al amor. Sacrificarnos por los demás. El esfuerzo de la oración en el santo sacrificio de la misa, sacrificarnos para orar ante ese Cristo que preside este tiempo litúrgico y que debe presidir toda nuestra vida. Y la oración ha de ser de acción de gracias y de expiación, señor Cristo del Perdón, es lo que te pido por mi osadía, lo que te pido en mi nombre y en el de todos aquellos que me escuchen y compartan conmigo el sentimiento profundo de contrición y arrepentimiento por tantos pecados durante el año, por tantos desplantes al cariño que te debemos y te profesamos. Mirando tu rostro dolorido, Santísimo Cristo del Perdón, acudimos a ti avergonzados por haber añadido espinas a tu frente, por haber entristecido más aún tu rostro atormentado. Construímos nuestra existencia olvidandote, oh Dios, redivivo en esta Santa Semana.





No me mueve, mi Dios para quererte, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido, para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido; muéveme el ver tu cuerpo tan herido; muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, de tal manera, que aunque no hubiera cielo yo te amara, y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera; porque aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.





Quiero aquí, al igual que el sábado de Pasión, hacer una parada, un alegato, en cinco oraciones, cinco paradas, cinco llagas de Cristo, las que le inflingimos cuando somos incapaces de poner en valor todo aquello que él nos enseñó y la vida que nos supo dar. Cristo Jesús, nuestro maestro, en cinco oraciones, al igual que las cinco paradas en cinco conventos que la cofradía practica cada año en una tradición que nunca podremos olvidar. Buscando a Cristo me volví peregrino y viajé más allá del Mar la Tierra Santa, los Santos lugares a los que viajé ahora hace un año con un grupo de paisanos. Buscábamos a Cristo y lo encontramos en Galilea, en Tiberiades, en el Mar Muerto pero, sobre todo, en Jerusalem. En cada rincón aparecía el Señor. Quienes tenemos la suerte de haber celebrado la Semana Santa en la Tierra de Cristo jamás olvidaremos la Vía Crucis que llega al Templo del Calvario, donde yace la cruz de Cristo. Y nunca olvidaremos los Santos Lugares. Sobre todo el huerto, Getsemaní. Viajar allí es encontrarse con la más bella estampa mediterránea, con sus maravillosos olivos en el huerto donde Cristo oró sufriendo los dolores de lo que se le venía encima. Está el huerto al final del camino por el que Jesús entró triunfante en Jerusalem. Está abocado enfrente de la muralla histórica de la ciudad Santa.




"Cuando se acercaban a Jerusalén, junto a Betfagé y a Betania, frente al monte de los Olivos, Jesús envió dos de sus discípulos, y les dijo: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego que entréis en ella, hallaréis un pollino atado, en el cual ningún hombre ha montado; desatadlo y traedlo. Y si alguien os dijere: ¿Por qué hacéis eso? decid que el Señor lo necesita, y que luego lo devolverá. Fueron, y hallaron el pollino atado afuera a la puerta, en el recodo del camino, y lo desataron. Y unos de los que estaban allí les dijeron: ¿Qué hacéis desatando el pollino? Ellos entonces les dijeron como Jesús había mandado; y los dejaron. Y trajeron el pollino a Jesús, y echaron sobre él sus mantos, y se sentó sobre él. También muchos tendían sus mantos por el camino, y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían por el camino. Y los que iban delante y los que venían detrás daban voces, diciendo: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas! Y entró Jesús en Jerusalén, y en el templo; y habiendo mirado alrededor todas las cosas, como ya anochecía, se fue a Betania con los doce"



Señor, cuantas veces entramos en la Semana Santa de modo triunfante, poniendo en ello todo el entusiasmo de saber que te amamos, seguros y confiados de que llegaremos a reinar contigo y luego, más abajo del camino de Betfagé, olvidando los honores de la Procesión, somos capaces de negarte y convertir el amor apasionado en Pasión de sufrimiento.



La Pasión de Cristo vivida en Tierra Santa nos trae recuerdos de nuestra tierra, donde interpretamos de tal modo la forma de resucitar nuestro señor Jesucristo que ya nos marca para todo el año. El Jerusalen nos acercamos al muro de las Lamentaciones de la Ciudad Vieja que, aunque herido en las miles de batallas que jalonan la desgracia del enfrentamiento del ser humano, es testigo aún del antiguo templo anclado en el Antiguo Testamento, al que Cristo Jesús con su Pasión, Muerte y resurrección vino a ponerle punto y final. Pero en las Tierras de Galilea, junto al Jordán, allá en Nazaret, en las viejas orillas del Mar Muerto que Moisés viera lo primero al llegar a la Tierra Prometida podemos encontrarnos con paisajes que evocan pasajes de gracia y de vida. Pasión por nuestro señor Jesucristo, Pasión por entenderlo mejor a base de conocerlo, de digerirlo, para, acercándonos a los lugares que Él oyó y que fueron testimonio de su vida, poder imitarlo.



Semana Santa de Valladolid. He vivido en este desperezarse del año tras el frío invierno tantas Semanas Santas. He vivido la de Andalucía, donde Cristo Jesús y su Madre María protagonizan bellas estampas por las Calles de Sevilla, a un lado del río, la Esperanza Macarena, al otro, en Triana, la Santa Madre Trianera. Y los Gitanos con su Cristo, y el Gran Poder. Es la belleza de los Palios, la explosión de las Flores, una religiosidad popular que se introduce por todos los poros de la sociedad haciendo que el cuerpo vivo de la ciudad de Sevilla sólo lata y sólo exista para la Semana de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Por eso estoy aquí. La cofradía y yo nos conocimos una tarde de Junio del año pasado en la que tuve ocasión de participar como maestro de ceremonias a instancia de los generosos responsables de la Cofradía de la Pasión de Cristo, en el maravilloso recital de Bandas con Música de Semana Santa. A la belleza de los acordes de la música de la banda de esta Cofradía, que luego escucharemos nuevamente, se unieron en esa ocasión memorable los sonidos del "Amarrao" de Ávila y las Cigarreras de Sevilla. Recuerdo con verdadera emoción cómo el público presente en el Teatro Calderón aplaudía a rabiar, jaleaba con oles unos sonidos que penetraban hasta dentro del alma con la fuerza de un cuchillo y el deleite de una pluma. Aquella tarde los sonidos volvieron a traerme reminiscencias de aquella Semana Santa maravillosa cuando las Cigarreras se empeñaban en subir un poquito más alto, en forzar el acorde hasta límites maravillosos. La música olía a azahar, el de los patios de Córdoba, cuya Semana Santa también viví y también evoco. El olor del azahar que llega por los caminos del Alma mediterranea desde la otra esquina del Mediterraneo, desde el Monte Carmelo de Nuestra Señora del Carmen y su templo excelso, allá donde Cristo estuvo predicando. Fue una tarde Cofradiera memorable que muchos no olvidaremos jamás, que muchos de ustedes pudieron vivir igual que se lo cuento y que, en su evocación, tal vez todavía merezca una lágrima. A mi se me caían por dentro con esos sonidos extraordinarios que me recordaban también el Bajo Aragón turolense, cuya Semana de Pasión se construye al ritmo del tambor y el bombo, ritmo bello y recio, como las gentes de esas tierras en las que tuve ocasión de revivir años que jamás olvidaré. La Semana Santa se vive y se oye... y si afino un poquito el oído en los tiempos de silencio escucho allá, en el fondo de la memoria, los acordes sencillos y largos del "tararuuuu" de mi tierra palentina. "Tararú", toque de corneta que el Día de Domingo de Ramos era alegre y bullicioso, saltaba por entre las cabezas de la gente mientras presenciábamos la procesión de "La Borriquilla"; pero que, doliente, amenazante, admonitorio, nos golpeaba en la cara a los niños la noche de Jueves Santo, con Cristo en la Calle y su madre, la Soledad acompañándolo. El "tararú" llegaba hasta la vigilia en la Madrugada y aún hoy puedo escucharlo cuando callan en mi memoria los tambores de Calanda los gritos de la calle Pureza ("guapa, guapa") o la saeta de la Calle Adriano.




Dijo una voz popular
Quién me presta una escalera
para subir al madero
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno

Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos
siempre con sangre en las manos
siempre por desenclavar.
Cantar del pueblo andaluz
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz.

Cantar de la tierra mía
que echa flores
al Jesús de la agonía
y es la fe de mis mayores
Oh, no eres tú mi cantar
no puedo cantar, ni quiero
a este Jesús del madero
sino al que anduvo en la mar



Vuelve el Señor cada Semana Santa y con él, vuelven retazos de nuestra vida, escenas que han protagonizado nuestra existencia y la de los nuestros. Para mi es como un clasificador de recuerdos. Llego a esta Semana Santa y a esta Cofradía reo de culpas que expiar. Y llego, como hace quinientos años llegaban los que iban a morir, con la intención de recibir los hábitos cofrades, consumir la última colación y escuchar la última misa. Con deseos de expiación y muerte de todo lo antiguo, de todo lo que hemos errado. De unir nuestros designios a los de este Humilladero al que traemos, para que se conviertan en polvo, nuestras carnes, aún mortales, para hacer, como en el Jueves Santo, Oración y Sacrificio y disfrutar de una vida nueva. Llegar hasta la Catedral de nuestra existencia, pequeña o grande, que no importa tanto, y en el ara de nuestro corazón, rememorarnos a nosotros mismos ante nuestro Padre Jesús Flagelado y el Santísimo Cristo del Perdón. Para que sepa dárnoslo si nuestro arrepentimiento es sincero. Y para que podamos evadirnos de los peores pecados, los que nacen de la cizaña del egoísmo y la insolidaridad. Esta Cofradía sabe bien que a la Catedral interior donde Dios nos espera se llega mucho mejor por la Caridad, buscando a aquellos que más nos necesitan y que más necesitan nuestra fuerza.




Vuelve la Semana Santa. Quienes nos acogemos esta tarde bajo la túnica de la Iglesia de este Real Monasterio de San Quince y San Julita bajo la tutela de la Cofradía Penitencial de la Pasión de Cristo en este pregón de la Semana Santa del Año de Gracia de 2.007, vamos a ser ya partícipes en una sóla pieza de lo que, sin duda alguna, es nuestro mejor patrimonio inmaterial: el tiempo. Formamos parte de un continuo de fe que se inició allá en 1521. Fue el año en el que moriría el Papa León X, el de la derrota de los Comuneros, cuando España estaba colonizando América y cuando nuestra ciudad, Valladolid, estaba a punto de ver nacer al glorioso Felipe II aquí al lado, en el Palacio de Pimentel. Ese año arrancó la actividad de vuestra cofradía, que desde hoy, permitídmelo, también quisiera considerar como mía, y, desde entonces, y sin parar, lustros y lustros de actividad de la que, en cierto modo, formamos parte, ya en los albores del siglo XXI, unidos como estamos, en el tiempo, que nos llevará a todos consigo.






«¡Ah de la vida!»... ¿Nadie me responde?


¡Aquí de los antaños que he vivido!


La Fortuna mis tiempos ha mordido;


las Horas mi locura las esconde.




¡Que sin poder saber cómo ni adónde


la Salud y la Edad se hayan huido!


Falta la vida, asiste lo vivido,


y no hay calamidad que no me ronde.




Ayer se fue; Mañana no ha llegado;


Hoy se está yendo sin parar un punto:


soy un fue, y un será, y un es cansado.


En el Hoy y Mañana y Ayer, junto


pañales y mortaja, y he quedado


presentes sucesiones de difunto.






Dejadme que finalice este Pregón con una petición a Nuestra Madre, María Santísima de la Pasión:


Reina y Señora ampara bajo tu manto a esta Sociedad sin valores en la que vivimos, guíanos por el buen camino y haz que veamos en el otro al Hermano y no al enemigo. Que así sea.






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