


Nueva York — Fue el domingo antes de la Pascua Judía (cinco días antes de que el cordero fuera sacrificado en el templo como el sacrificio de la Pascua por los pecados del pueblo de Israel) que Jesús entró triunfalmente en Jerusalén, y cabalgando un asno fue recibido por una multitud que lo aclamaba y lo aplaudía con los honores de un rey. Al evento se le ha llamado también la entrada mesiánica de Jesús.
Lo describen a su manera los cuatro Evangelios, pero Juan, quien dedica a la Semana Santa casi la mitad de su Evangelio, es quien narra la aparición de las palmas de manera más gráfica y conmovedora:
“El siguiente día, grandes multitudes que habían venido a la fiesta, al oír que Jesús venía a Jerusalén, tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle, y clamaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!” (Juan 12:12-13).
Sería ése el origen de la celebración del Domingo de Ramos, una fecha muy importante en el calendario litúrgico cristiano y que abre de manera soleme la Semana Santa o Semana de Pasión.
Se trata por supuesto de una celebración de doble carácter, ya que por una parte conmemora un momento gozoso de la aclamación de Jesús de Nazareth como Rey, pero por otro, es el preludio de la pasión y muerte en la cruz del hijo del Padre.
Los ramos no son algo así como un talismán, ni un simple objeto bendito, según nos explica la revista virtual de la Universidad de Guadalajara en México, “sino el signo de la participación gozosa en el rito procesional, expresión de la fe de la Iglesia en Cristo, Mesías y Señor, que va hacia la muerte para la salvación de todos los hombres. Por eso, ese domingo tiene un doble carácter, de gloria y de sufrimiento, que es lo propio del Misterio Pascual”.
“El significado que debemos darle como cristianos es que es una manera de saludar a un Rey que llega a una ciudad”, le explicó a EL DIARIO/LA PRENSA el padre Gerald Murray, quien después de prolongadas estancias en España, en Perú y en Washington Heights, actualmente está vinculado a la iglesia de Saint Vincent de Paul en la calle 23 de Manhattan. “Pero hay que recordar que cuando Jesús llega a Jerusalén, lo aclaman pero unos días más tarde van a rechazarlo. Eso nos debería hacer reflexionar sobre el hecho de que la gloria y la alabanza humana nunca son suficientes. Hace falta la fe para conocer la verdad de quién es Jesús, el hijo de Dios”.
“Se trata de una fecha de carácter doble”, agregó Murray, “porque por una parte se trata de Jesús recibido en toda su gloria, y por otra un recuerdo de su sacrificio que se acerca. Lo cual nos debe recordar que las glorias y las alabanzas humanas son pasajeras y sólo en la fe y la redención está la respuesta”.